Es cierto que el hogar no tiene por qué depender de un espacio físico, que el hogar es uno mismo y que allí dónde vayas estarás en tu propia casa, habitando tu propio cuerpo y presente. Pero también es cierto que, como cualquier otro animal, necesitamos de una cueva, una planta, un pedazo de tierra o el hueco de un árbol dónde reposar. Yo lo sé bien.
Sé que estés dónde estés los olores de la tierra y las estaciones pueden llevarte a casa, sé que todos provenimos del mismo núcleo creador, sé que necesitamos relacionarnos, compartir y ejercer amor para sentirnos plenos y felices (aunque no todo el tiempo). También sé que en la completa soledad de un lugar inhóspito puedes reencontrarte, sentir que regresas a los orígenes de tu hogar interno. Todo esto está muy bien y es muy necesario, de hecho, para después poder trasladar todo lo aprendido en tu propia realidad física, para crear tu propio entorno.
En estos tiempos sabemos más que nunca que la estabilidad es otro de esos tantos conceptos que no son reales al cien por cien, como la justícia, la libertad, el altruismo… ningún concepto parece ser puro, porque hay demasiados matices, demasiadas posibilidades. Aún así no significa que no existan en cierta parte, ni que no sean necesarios. Lo son, y por eso tienen palabra.
Un espacio físico para ti es aquel trocito de la realidad del 1% en el que puedes desenvolverte y conocerte, recrearte y liberarte, encerrarte o almacenar para irte. Es la guarida dónde alimentas tus aspiraciones, dónde vas a encontrar tus sueños, o dónde te enfangas en el lodo hasta poder recuperarte. Un lugar dónde atesorar pensamientos, recuerdos, anhelos, creaciones, objetos especiales, silencios, murmuros y gritos, historias, preguntas o descubrimientos. Es un laboratorio de tu ser interno, un refugio dónde parar a presenciarte. Es un paréntesis hacia tu realidad interna.
Y tú, ¿tienes tu espacio?
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