La superficialidad no depende de la materia…

Apuntaba en un papel el pasado 4 de marzo…

Esta frase es, para mí, una reflexión clave para valorar el ímpetu nativo que me nace del corazón: crear. En Arkhaîa sobretodo crear ornamentación para el espacio de nuestras cuevas y nuestros cuerpos.

Durante mucho tiempo, cuando asomaba la nariz en los blogs de emprendimiento para aprender cómo se hacía esto de llevar un proyecto con “éxito”, siempre me encontraba con el concepto de que aquello que se debía ofrecer debía tocar los «puntos de dolor» del receptor para aportar valor a su vida. Ese mensaje, aparte de no casar con mi contexto material y simbólico, me hacía sentir mal porque lo que yo ofrecía no eran cosas esenciales para la supervivencia, como lo pueden ser la ropa o un servicio educativo, por ejemplo. Más bien parecía al contrario: yo necesitaba crear para ser feliz. Entonces pensaba que mi intención era egoísta por pretender que las demás personas valoraran lo que mi mundo onírico necesitaba materializar y que, encima, quisieran comprarlo con dinero.

Imagínate ahora esta idea sumada al síndrome de la impostora. A pesar de mi ilusión y mi perseverancia con la artesanía (errática, sí, pero caminando desde 2012), la capacidad de creer en el valor de mi proyecto y de venderlo era un desastre (mi capacidad comercial sigue siendo nula, pero ahora me lo tomo diferente gracias a mis procesos internos).

Partiendo de esta visión de «o eres una servidora, o eres una loba de Wall Street», si eliminamos totalmente la emoción de las cosas tangibles que no son necesarias para la supervivencia y usamos puramente la lógica, lo ornamental en sí es superficial y materialista; hasta puede ser capitalista (¡auch!). Pero… entonces, ¿por qué nuestra especie, desde el inicio de los tiempos, empezó a crear arte y adornos, incluso antes de empezar a hablar? ¿Si eliminamos la emocionalidad que nos provoca la materia (texturas, colores, formas, sonidos…) no estamos siendo entonces puramente materialistas?

Y aquí surge la llave: el concepto de supervivencia. ¿Qué sucede entonces con la vivencia emocional/mental/anímica?
Si bien me sigue costando integrarlo sin dudas, tuve que rescatar aquella frase que de adolescente llegué a ondear por bandera:

El arte no es necesario para sobrevivir, pero es indispensable para vivir.

Y sí, por algún motivo las artes y la artesanía (arte que sana y que es utilizable y reproducible) nacen precisamente en la transición de homínidos a lo homo sapiens de nuestra especie… aunque ¡actualmente nos hemos pasado con el materialismo! Y aquí llega de nuevo la dualidad: cuerpo y mente, o espíritu y materia; uno sin el otro no están completos. Si uno se presta más atención que el otro el equilibrio se rompe, como se rompe el clima, como se rompe el pensamiento crítico, como se rompen los cinco sentidos, como se rompe la capacidad de imaginar o de aburrirse.

No sabemos por qué, pero entendemos que tanto artista como espectador necesitamos de las artes para vivir y coexistir, lo que ornamenta la vida y los espacios, porque en realidad es alimento para «ese» mundo que parece que no existe pero existe, un mundo abstracto que el ser humano necesita para vivir bien, con armonía, con serenidad, con inspiración vital:
esa canción, esa novela, esa obra en la pared de la habitación, ese móvil que refleja unas luces o produce unos sonidos.

Claro que sí, somos flores, y los ornamentos son nuestra lluvia y nuestro sol, con ellos honramos y celebramos la vida, la existencia, nuestros cuerpos y nuestros espacios.
Por eso, la superficialidad no depende del objeto o de la acción, sino desde dónde se consume o desde dónde se hace.

Finalmente, he comprendido que mi amor y necesidad por crear no desea tocar «puntos de dolor», sino que más bien deseo proponer «puntos de placer», que son opcionales, pero condimentan diferente nuestros platos existenciales : )

Espero que mi reflexión que te he compartido hoy te haya inspirado.
Que las musas te acompañen ༄
Berta ♡

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